martes, 13 de septiembre de 2011

Serás mío - Capítulo Final

“Dios comenzó a llorar y la madre naturaleza canalizó sus lágrimas a través de mi ser. Regadera infinita en el jardín de la desesperanza…” Así leía un cuadrito colgado de la pared justo encima del televisor que mencionaba la muerte de Rebeca. Ricky estaba sudado sobre mí y sus ojos eran amarillo furia, almendrados como los de un puma al acecho. Sus palabras me helaron la sangre y los pensamientos. Traté de zafarme pero él me tenía inmovilizado entre sus fuertes piernas desnudas. Grité, lloré, forcejeé, me estremecí. Pataleteé, aruñé, mordí, empujé y también recé. Mi flacucho cuerpo no era suficiente y al volver a ver sus ojos de fiera y su sonrisa seductora, maliciosa pero malditamente seductora, comprendí que había perdido la batalla. Tal como si leyera mis pensamientos, él acercó sus labios a mi cuello y su lengua lo recorrió. Llegó a mi oído y me susurró:

- Te dije que tarde o temprano serías mío y aunque tengo toda una eternidad para vencer, tú no- su respiración fabricada seguía siendo embriagante- por lo tanto, esta noche seré el vencedor.

  Mi cuerpo seguía tenso bajo la fuerte presión que aplicaban sus piernas. El diablo me susurraba al oído y poco a poco lo dejé de escuchar. Mi vista estaba fijada al techo mientras las partículas de polvo danzaban a la luz de un foco ridículamente potente que estaba tras la ventana, en la calle. Y la habitación se hacía enorme, una gama de colores me rodeaba mientras seguía preso. Preso por culpa del deseo, de la ingenuidad y del dolor. La vulnerabilidad causada por los caprichos de la adolescencia me había regalado la situación en la que me encontraba. Yo, por mi cuenta, había llegado allí y de la misma manera tendría que salir, al menos con vida.

  Todo se esfumó y mi mente se desprendió de mi cuerpo, se quedó totalmente en blanco. El diablo se percató de que ya no luchaba contra él, no gemía y ninguna lágrima brotaba de mí. Nunca pensé que él se pudiera consternar o asombrar, pero sí lo hizo. No sé cuando cerré los ojos pero sí puedo decir que cuando los abrí, él estaba de pie al lado del sofá vestido con traje blanco, inmaculado.

- ¿Qué pretendes?

  No le dirigí la mirada, me puse rápidamente de pie y corrí hacia el cuarto en el que había despertado varias horas antes. Me detuve en seco al ver que las paredes estaban pintadas de negro y decoradas con símbolos que nunca había visto. Aparte de los símbolos, había fotos. Pude distinguir a Rebeca en una de ellas y a varias personas con quienes, en la mente, disfrutaba el ejercicio del auto placer. Decidí que tampoco me perturbaría, cerré los ojos y al abrirlos ya las fotos no estaban pero el suelo se sentía extraño, pegajoso, como si fuera de goma y se estuviera derritiendo a mis pies. Y me pregunté qué demonios estaba haciendo allí, en ese apartamento y en ese cuarto. ¿Por qué no salí corriendo? Sabía que no podía escapar, pero no entendía bien el por qué. Él llegó hasta el marco de la puerta de la habitación y comenzó a reír.

- ¿Buscabas algo?
- Realmente no, no sé qué quieres de mí.
- ¿Tan difícil es de comprender? La respuesta es sencilla, a ti.
- Pero, ¿por qué yo? ¿Qué tengo yo que necesites, que sea tan crucial para que hagas lo que estás haciendo?
- Nada, no eres nadie. No tienes méritos, no serás extrañado, no tienes amigos, cualidades, nada. Ni para mí ni para algún ser viviente eres algo que realmente importe.
- ¿Y por qué yo, si no sirvo de nada?
  - Soy caprichoso.

Sus palabras golpearon dentro de mi alma, el vacío que con el paso de los años iba creciendo, en un segundo se hizo inmenso. Tal vez él tenía razón y me estaba haciendo un favor. Tal vez, lo que en realidad quería hacer era rescatarme de mí mismo. Pero mientras pensaba me fijé que el cuarto ya no era negro, el cuarto ya no era el cuarto. Estaba en mi propio cuarto, en mi hogar.

-¿Cómo llegamos aquí? ¿Qué está pasando?
-Nunca hemos estado en otro lugar.
-O sea que…
-Oh sí, no te equivoques. La perra está muerta. Pero ya basta de conversaciones y estupideces. Vienes conmigo te guste o no.
-No puedo.
-No te quieras hacer el listo conmigo ahora, ya me cansé.
-No puedo ir a un lugar que no existe y tú, ¿quién eres? Tú para mí no eres nada, nadie, por lo visto somos iguales. Dos seres en este mundo que no tienen razón de existir, miserables. Nadie cree en mí y ni en ti…- me quedé con la palabra en la boca.

Ahora sé que en ese momento fui estúpido, jugué a las cartas con las peores barajas pero sentí que me daba igual. Si era el momento de que mi vida terrenal acabara en ese instante, pues estaba listo. Si continuaba viviendo, no tenía razones para quererlo o luchar por eso. El miedo había desaparecido pero no estaba lleno de valor, estaba vacío y eso parece que lo consternó una vez más.

  -Correcto, no es el momento. Pero recuerda que tengo toda una eternidad, cosa que tú no tienes y tarde o temprano serás mío. Soy caprichoso pero también soy muy paciente, nunca lo olvides.

  Y me vi frente al espejo, en mi cuarto, sólo y desnudo. Tenía miedo de salir y enfrentar la realidad. ¿Realmente había muerto Becky? ¿Cómo había llegado allí? No lo quería saber, solo importaba que estaba bien. Me recosté en mi cama y el cansancio se apoderó de mi cuerpo, no recordaba haberme sentido así antes. Poco a poco los parpados bajaban su ritmo y sabía que al fin podría descansar pero de todos modos me sentía intranquilo. A mi mente volvieron las caricias, los besos, las embestidas, los entrelazos de piernas y la furia desatada en las horas pasadas y cerré los ojos lo más fuerte que pude. Debía sacarlo de mi mente y sacarlo para siempre. Imposible. Pensaba en ese cuerpo, hecho a cincel, sobre el mío y me estremecí, mi cuerpo se tensó en una terrible erección. Mi respiración se aceleraba, abrí los ojos y sobre mí estaba él, desnudo.

- Sabía que creías en mí…

No hay comentarios:

Publicar un comentario