En uno de esos momentos de ocio, llegó a mi
mente la brillante idea de pensar en las cosas que me gustaban y llegué a la
conclusión de que las cosas grandes me atraen como el azúcar atrae a las
hormigas. La realidad es que no tengo idea de por qué el azúcar atrae a las
hormigas y tampoco sé por qué las cosas grandes me llaman la atención. Pero las
cosas así son, irremediablemente, son cosas de la naturaleza.
Todo comenzó de
pequeño cuando me quedaba hipnotizado viendo carros enormes como los Mustang,
Trans Am, BMW, Mercedes, etc. y yo tenía que montarme en la “tres potes” gris
de mami. Luego me antojé de un perro, pero no cualquier perro, yo quería un perro
como “Scooby”. Y me regalaron el perro que tanto quería, cuando lo saqué a
pasear con la cadena amarrada a mi muñeca, salió corriendo y fue la primera vez
que comí tierra. Ya con más edad decidí salir con una chica con más carnes que
un “buffet” chino y era un pozo sin fondo, no la volví a invitar a salir pues
perdería todo mi dinero en comidas. Les cuento que me encantan las casas
enormes, de dos pisos con patio suficiente para tener no menos de 20 guineas
corriendo libremente pero actualmente vivo en una donde no me cabe ni una mesa
de centro en la sala y no tengo patio ni para tener yerba mala. También salí
con un chico que medía como unos 6’2” y no pienso seguir contando al respecto.
El punto es que seguí pensando en boberías hasta que el estómago me hizo señas
de que existía y no olvidara lo exigente que es y es ese momento cuando uno
abre la nevera y lo único que hay es un galón de agua, vacío. Decido preparar
un jugo de esos con mucho colorante pero con solo 5 calorías con agua del
fregadero, me sirvo un vaso enorme y cuando busco el hielo me encuentro con las
cubetas vacías. Maldigo hasta a las naranjas y tiro el jugo por el fregadero y
me largo, pero no se me ocurre llenar las cubetas para hacer hielo. ¿Por qué
seremos tan vagos?
Prendo el carro y me dirijo al “fast food” más cercano, no
entiendo por qué se llaman así con lo lentos que son, entro casi corriendo a
regañadientes de mi estómago y me paro a hacer la fila. Saco el celular para
ver qué hay de nuevo en las novelas de facebook hasta que llega mi turno. Como
casi todas las empleadas de los “fast foods” la que me atendió estaba tan llena
de felicidad que se le escurría por los poros. Yo, sin mala intención, me pongo
a ver el menú como si fuera la primera vez que entro y la cajera suspira. “Si no
fueras tan fea tendrías un mejor trabajo”, me pasó por la mente decirle pero me
contuve. Hice la orden, me la entregaron y me senté a darle al cuerpo lo que me
pedía y en seguida se sienta a la mesa una doñita bajita, en bata, con el pelo
desgreñado, un diente manchado de lápiz labial rojo intenso y con un bolso enorme
de esos Britto. Al momento dejé de masticar y sin reparos en cortesías la
viejita me dice -come rapidito que te estaré esperando afuera para robarte el
carro…