domingo, 16 de diciembre de 2012

Dulces Sueños

Las luces de la casa se apagaron y el silencio se volvió aterrador. La puerta del cuarto más grande se cerraba lentamente y se escuchó ese “click” sigiloso de medianoche. Las ventanas estaban abiertas y una tenue luz de luna se colaba entre las cortinas que iban y venían danzando con el frío viento. En la cama, me cubría con la sábana mientras me hacía pequeño cada vez más y más. Las paredes oscuras se hacían más altas como para poder ver el baile que se producía. La mente es traicionera, la mente es poderosa. Un hilo de sangre se dejaba ver a la luz de luna mientras bajaba por la pared. Un par de ojos esperaban pacientes desde entre las ropas, un par de ojos enormes y tan fijos como la misma luna. No se movían y no tenían expresión, simplemente miraban atentos como fiera que mira a su presa mientras espera el momento indicado para atacar. La mente es traicionera. Y en la cama me hacía más pequeño, me arrugaba, temblaba, el corazón se aceleraba y la respiración se entrecortaba. Me cubría con la sábana. Me cubría para que los largos dedos con uñas afiladas que aparecían desde la ventana no llegaran a mí. La respiración no se controlaba y los insectos llegaban a la cama. Sentía las diminutas, afiladas y desagradables patas caminando por mis piernas. Me sacudía, sacudía las piernas y aprovechando la tenue luz miraba la cama y no había insectos. Pero aun sentía las diminutas patas sobre mi piel. La mente es poderosa.Y las largas garras en la ventana se hacían más grandes, los ojos se tornaban furiosos y la sangre no dejaba de manar por las paredes. Pequeños y rápidos pasos se escuchaban debajo de la cama, de un lado a otro. Me aferraba a mi almohada, comenzaba un Padre Nuestro que nunca terminaba y las lágrimas aflojaban. Dientes. Debajo de los ojos había dientes y se los enmarcaba una sonrisa siniestra. Una sonrisa que se veía aun con los ojos cerrados. Algo no me dejaba respirar, algo que no podía ver pero si podía palpar. Se aferraba a mi cuerpo como un manto pesado que me presionaba contra la cama y se llevaba mi vida. De repente el “click”, la puerta que se abre y una mujer hermosa que se acerca a la cama. Me acomoda bien, me besa en la frente seguido de un “Dios te bendiga” y de nuevo el “click”. El cuarto se siente sereno y sólo la luz de la luna…

domingo, 3 de junio de 2012

Un Secuestro Peculiar - Segunda Parte...


     No podía comer sin dejar de mirar, a través del cristal sucio, a la doñita que me esperaba fuera del restaurante. Yo pensaba que era una loca de esas de barrio y seguiría su camino, pero no, allí estaba parada. Y me miraba cada dos minutos. Y yo la miraba a ella. Parecía una escena de película vieja de vaqueros, cuando el bueno y el malo se miran a los ojos en la calle para ver quién gana el duelo. Ella sonreía y volvía a virar su cara para donde fuese que estaba mirando. Comí lo más lento que pude para ver si de esa forma ella se cansaba de estar allí parada y se iba, pero no se cansaba. Ella ni parecía estar sudando bajo el candente sol. De seguro se alimenta de viandas con bacalao, fue lo que me pasó por la mente, es lo que siempre dicen los viejitos.

     Ya había dejado pasar mucho el tiempo y no podía seguir allí en la mesa por lo que decidí salir. Le pasaría por el lado como si nada hubiese pasado, me montaría en el carro y problema resuelto. El problema es que tan pronto salí del lugar, ella me cortó el paso.
-          Nene, que lento comes. Por poco tengo que entrar a sacarte a la fuerza.

     Seguí mi camino, pasándole por el lado camino al carro y ella se me fue detrás. La escuchaba quejándose bajito, para ella misma pero no le hice caso. Llego a mi destino, abro la puerta y de repente ella le da un empujón y me la cierra. La miré perplejo y vi que tenía la cara más arrugada de lo normal, culpa del coraje.
-          Tras de lento, majadero. ¿Acaso no fui clara hace un ratito? Aunque cambié de parecer y ya no voy a robarte el carro. Ya estoy vieja y cansa’, mira como tengo ese tobillo hinchao y no estoy pa’ guiar. Nene, que mires mi tobillo, vistes que ya parece un jamón. Así que me vas a abrir la puerta, como el caballero que eres y vas a hacer todo lo que te diga.
-           ¡Oye doñita, ya déjame quieto que no estoy para bromas!
-          Y yo tampoco estoy para bromas mijito así que hazme caso y no te quejes más.

     Como decidí ignorarla, metió su mano en el bolso y sacó un arma. Ahí cambiaban las cosas: un arma en una mano ya sin buenos reflejos y control no es algo bueno que digamos. Y me pensé que lo mejor sería llevar a la viejita al lugar dónde ella quisiera y ya, caso resuelto. Pero en el momento que la dejé entrar en el carro supe que había cometido un error. Comenzó a suspirar y a resoplar tan bruscamente que por un momento pensé que se moriría en ese momento, pero no. Metió nuevamente la mano en su bolso, sacó un paquete abierto de semillitas y comenzó a comerlas. Se metió un puñado en la boca y comencé a escuchar el irritante sonido que hacen al abrir. De repente comenzó a escupir las cáscaras en el piso.

-          ¡Hey vieja loca! ¿Qué te crees? No seas puerca, escupe pa’ fuera. Tras que te metes en el carro me lo vas a ensuciar.
-          Ay nene cállate ya, que mucho te quejas. ¿No entiendes que este carro es mío? Ahora es mío y serás mi chofer hasta que yo diga lo contrario. Lo primero que harás será dejarme en paz comerme las semillitas. No te preocupes que están muy saladas y no puedo comer muchas. El doctor de la presión no me deja comerlas, pero él no está aquí. Además, que se me pelan los labios y la lengua y me da una carraspera terrible. Pero es que son tan ricas, no te ofrezco porque el paquetito este viene casi vacío. ¡Mira! ¡Nene que mires! Esto es aire na’ mas y tan caro que lo venden. Así que deja de quejarte tanto. Bueno coño, prende el abanico que hace calor y no me gusta sudar. Prende, prende el carro y arranca, vamos a buscar a mis amigas.
-          Lo siento señora, no vamos a buscar a nadie. Dime dónde vives, es al único lugar que iremos.
-          ¿Se te olvida que tengo una pistola?
-          Seguro estoy que nunca la has usado.
-          Siempre hay una primera vez.
-          ¿Y vas a dispararme? ¿Piensas ir presa después de vieja?
-          Que se joda, a la que me cojan presa me falla el corazón y estiro la pata. No hables más y arranca. Ay dale mijo que mis amigas nos están esperando.
-          ¿Dónde vives?

     Y me apunta con el arma directito a los huevos. Eso sí me dio tremendo susto y pensé que lo mejor sería evitar algo grave.

            -¿Dónde están tus amigas?
            -¡Ah! Que buen pichón eres. Ja ja. Vamos al casino del Ritz, allí están esperándonos hace una hora pero es que comes lento mijo. Ya están bastante alteraditas así que prepárate.
            -Oye, que ya no me está dando gracia el asunto. ¿Qué quieres de mí?
            -Nada, que te portes bien y me hagas caso.
            -¿Pero por qué yo, por qué a mí?
            -Por cabrón.
            -¿Pero qué te pasa vieja loca, qué te he hecho? No sabes quién diablos soy y vienes a joderme el día.
            -A mí no me has hecho nada.
            -Pues baja el arma y no me jodas.
            -No te me pongas potrón que me está temblando la mano, me pongo como que nerviosita y disparo.
            -¿Por qué me estabas velando?
            -No lo sabes ahora pero ya lo sabrás…

domingo, 11 de marzo de 2012

Un Secuestro Peculiar - Primera Parte...

En uno de esos momentos de ocio, llegó a mi mente la brillante idea de pensar en las cosas que me gustaban y llegué a la conclusión de que las cosas grandes me atraen como el azúcar atrae a las hormigas. La realidad es que no tengo idea de por qué el azúcar atrae a las hormigas y tampoco sé por qué las cosas grandes me llaman la atención. Pero las cosas así son, irremediablemente, son cosas de la naturaleza. 


Todo comenzó de pequeño cuando me quedaba hipnotizado viendo carros enormes como los Mustang, Trans Am, BMW, Mercedes, etc. y yo tenía que montarme en la “tres potes” gris de mami. Luego me antojé de un perro, pero no cualquier perro, yo quería un perro como “Scooby”. Y me regalaron el perro que tanto quería, cuando lo saqué a pasear con la cadena amarrada a mi muñeca, salió corriendo y fue la primera vez que comí tierra. Ya con más edad decidí salir con una chica con más carnes que un “buffet” chino y era un pozo sin fondo, no la volví a invitar a salir pues perdería todo mi dinero en comidas. Les cuento que me encantan las casas enormes, de dos pisos con patio suficiente para tener no menos de 20 guineas corriendo libremente pero actualmente vivo en una donde no me cabe ni una mesa de centro en la sala y no tengo patio ni para tener yerba mala. También salí con un chico que medía como unos 6’2” y no pienso seguir contando al respecto.


 El punto es que seguí pensando en boberías hasta que el estómago me hizo señas de que existía y no olvidara lo exigente que es y es ese momento cuando uno abre la nevera y lo único que hay es un galón de agua, vacío. Decido preparar un jugo de esos con mucho colorante pero con solo 5 calorías con agua del fregadero, me sirvo un vaso enorme y cuando busco el hielo me encuentro con las cubetas vacías. Maldigo hasta a las naranjas y tiro el jugo por el fregadero y me largo, pero no se me ocurre llenar las cubetas para hacer hielo. ¿Por qué seremos tan vagos? 


Prendo el carro y me dirijo al “fast food” más cercano, no entiendo por qué se llaman así con lo lentos que son, entro casi corriendo a regañadientes de mi estómago y me paro a hacer la fila. Saco el celular para ver qué hay de nuevo en las novelas de facebook hasta que llega mi turno. Como casi todas las empleadas de los “fast foods” la que me atendió estaba tan llena de felicidad que se le escurría por los poros. Yo, sin mala intención, me pongo a ver el menú como si fuera la primera vez que entro y la cajera suspira. “Si no fueras tan fea tendrías un mejor trabajo”, me pasó por la mente decirle pero me contuve. Hice la orden, me la entregaron y me senté a darle al cuerpo lo que me pedía y en seguida se sienta a la mesa una doñita bajita, en bata, con el pelo desgreñado, un diente manchado de lápiz labial rojo intenso y con un bolso enorme de esos Britto. Al momento dejé de masticar y sin reparos en cortesías la viejita me dice -come rapidito que te estaré esperando afuera para robarte el carro…

martes, 13 de septiembre de 2011

Serás mío - Capítulo Final

“Dios comenzó a llorar y la madre naturaleza canalizó sus lágrimas a través de mi ser. Regadera infinita en el jardín de la desesperanza…” Así leía un cuadrito colgado de la pared justo encima del televisor que mencionaba la muerte de Rebeca. Ricky estaba sudado sobre mí y sus ojos eran amarillo furia, almendrados como los de un puma al acecho. Sus palabras me helaron la sangre y los pensamientos. Traté de zafarme pero él me tenía inmovilizado entre sus fuertes piernas desnudas. Grité, lloré, forcejeé, me estremecí. Pataleteé, aruñé, mordí, empujé y también recé. Mi flacucho cuerpo no era suficiente y al volver a ver sus ojos de fiera y su sonrisa seductora, maliciosa pero malditamente seductora, comprendí que había perdido la batalla. Tal como si leyera mis pensamientos, él acercó sus labios a mi cuello y su lengua lo recorrió. Llegó a mi oído y me susurró:

- Te dije que tarde o temprano serías mío y aunque tengo toda una eternidad para vencer, tú no- su respiración fabricada seguía siendo embriagante- por lo tanto, esta noche seré el vencedor.

  Mi cuerpo seguía tenso bajo la fuerte presión que aplicaban sus piernas. El diablo me susurraba al oído y poco a poco lo dejé de escuchar. Mi vista estaba fijada al techo mientras las partículas de polvo danzaban a la luz de un foco ridículamente potente que estaba tras la ventana, en la calle. Y la habitación se hacía enorme, una gama de colores me rodeaba mientras seguía preso. Preso por culpa del deseo, de la ingenuidad y del dolor. La vulnerabilidad causada por los caprichos de la adolescencia me había regalado la situación en la que me encontraba. Yo, por mi cuenta, había llegado allí y de la misma manera tendría que salir, al menos con vida.

  Todo se esfumó y mi mente se desprendió de mi cuerpo, se quedó totalmente en blanco. El diablo se percató de que ya no luchaba contra él, no gemía y ninguna lágrima brotaba de mí. Nunca pensé que él se pudiera consternar o asombrar, pero sí lo hizo. No sé cuando cerré los ojos pero sí puedo decir que cuando los abrí, él estaba de pie al lado del sofá vestido con traje blanco, inmaculado.

- ¿Qué pretendes?

  No le dirigí la mirada, me puse rápidamente de pie y corrí hacia el cuarto en el que había despertado varias horas antes. Me detuve en seco al ver que las paredes estaban pintadas de negro y decoradas con símbolos que nunca había visto. Aparte de los símbolos, había fotos. Pude distinguir a Rebeca en una de ellas y a varias personas con quienes, en la mente, disfrutaba el ejercicio del auto placer. Decidí que tampoco me perturbaría, cerré los ojos y al abrirlos ya las fotos no estaban pero el suelo se sentía extraño, pegajoso, como si fuera de goma y se estuviera derritiendo a mis pies. Y me pregunté qué demonios estaba haciendo allí, en ese apartamento y en ese cuarto. ¿Por qué no salí corriendo? Sabía que no podía escapar, pero no entendía bien el por qué. Él llegó hasta el marco de la puerta de la habitación y comenzó a reír.

- ¿Buscabas algo?
- Realmente no, no sé qué quieres de mí.
- ¿Tan difícil es de comprender? La respuesta es sencilla, a ti.
- Pero, ¿por qué yo? ¿Qué tengo yo que necesites, que sea tan crucial para que hagas lo que estás haciendo?
- Nada, no eres nadie. No tienes méritos, no serás extrañado, no tienes amigos, cualidades, nada. Ni para mí ni para algún ser viviente eres algo que realmente importe.
- ¿Y por qué yo, si no sirvo de nada?
  - Soy caprichoso.

Sus palabras golpearon dentro de mi alma, el vacío que con el paso de los años iba creciendo, en un segundo se hizo inmenso. Tal vez él tenía razón y me estaba haciendo un favor. Tal vez, lo que en realidad quería hacer era rescatarme de mí mismo. Pero mientras pensaba me fijé que el cuarto ya no era negro, el cuarto ya no era el cuarto. Estaba en mi propio cuarto, en mi hogar.

-¿Cómo llegamos aquí? ¿Qué está pasando?
-Nunca hemos estado en otro lugar.
-O sea que…
-Oh sí, no te equivoques. La perra está muerta. Pero ya basta de conversaciones y estupideces. Vienes conmigo te guste o no.
-No puedo.
-No te quieras hacer el listo conmigo ahora, ya me cansé.
-No puedo ir a un lugar que no existe y tú, ¿quién eres? Tú para mí no eres nada, nadie, por lo visto somos iguales. Dos seres en este mundo que no tienen razón de existir, miserables. Nadie cree en mí y ni en ti…- me quedé con la palabra en la boca.

Ahora sé que en ese momento fui estúpido, jugué a las cartas con las peores barajas pero sentí que me daba igual. Si era el momento de que mi vida terrenal acabara en ese instante, pues estaba listo. Si continuaba viviendo, no tenía razones para quererlo o luchar por eso. El miedo había desaparecido pero no estaba lleno de valor, estaba vacío y eso parece que lo consternó una vez más.

  -Correcto, no es el momento. Pero recuerda que tengo toda una eternidad, cosa que tú no tienes y tarde o temprano serás mío. Soy caprichoso pero también soy muy paciente, nunca lo olvides.

  Y me vi frente al espejo, en mi cuarto, sólo y desnudo. Tenía miedo de salir y enfrentar la realidad. ¿Realmente había muerto Becky? ¿Cómo había llegado allí? No lo quería saber, solo importaba que estaba bien. Me recosté en mi cama y el cansancio se apoderó de mi cuerpo, no recordaba haberme sentido así antes. Poco a poco los parpados bajaban su ritmo y sabía que al fin podría descansar pero de todos modos me sentía intranquilo. A mi mente volvieron las caricias, los besos, las embestidas, los entrelazos de piernas y la furia desatada en las horas pasadas y cerré los ojos lo más fuerte que pude. Debía sacarlo de mi mente y sacarlo para siempre. Imposible. Pensaba en ese cuerpo, hecho a cincel, sobre el mío y me estremecí, mi cuerpo se tensó en una terrible erección. Mi respiración se aceleraba, abrí los ojos y sobre mí estaba él, desnudo.

- Sabía que creías en mí…

miércoles, 13 de julio de 2011

Serás Mío - 3ra Parte (Lo Merecido)

No me fui porque sentía la urgente necesidad de hablar con alguien. Alguien que me prestara atención y se mantuviera a cierta distancia de mí. Alguien que asintiera a lo que yo decía con una sonrisa enorme demostrándome atención, quería quedarme con ese que me había salvado la vida. Al parecer él era todo lo que yo siempre anhelaba ser: un profesional con apartamento propio, tenía un auto lujoso y vestía muy bien. Hasta su olor era embriagante, seguramente tendría que ser el mejor “bagger” del país para obtener buenas propinas y poder comprarme un perfume así. Pero lo que más me cautivaba era su sonrisa, esa sonrisa llena de seguridad a la que nadie se resistía. Era su arma más letal y la sabía utilizar muy bien.

Las horas pasaron y no se hicieron sentir. La noche era fresca y el fondo de nuestra conversación era un cd de la Orquesta Sinfónica de Londres en la que interpretaban la Sinfonía no. 3 en D Allegretto, de Schubert. La música era casi tan hipnótica como la sonrisa de Ricky. De más está decir que en el momento que él fue al baño, rápido busqué la caja del cd para saber qué era lo que estaba escuchando. No quería preguntar y pasar por el más idiota o ignorante, aunque él ya supiera que lo era. La conversación era amena pero siempre fue un monólogo, mi monólogo, ya que casi no lo dejé hablar. Le hablé de todos mis problemas, de lo miserable que era mi vida y al momento de escuchar lo que salía de mi boca me di cuenta de que mis problemas no eran nada importantes. No le di mucha importancia, la culpa la tiene la etapa de la adolescencia, es todo. Le pregunté el por qué me había ayudado y traído a su casa en lugar de llevarme a algún hospital, llamar a la policía o a alguna agencia pertinente y sólo me contestó:
-Si hubiese hecho algo de lo que me dices, no estaríamos platicando aquí ahora mismo y me lo lamentaría.

No dije nada, el rojo en mi rostro lo dijo todo por mí.

Y llegaron las copas: una, dos, tres, hasta perder la cuenta. Los músicos de la sinfónica aceleraban el ritmo, como amenazados por la sonrisa de Ricky. Mientras él más sonreía, más rápido tocaban los músicos y más rápido se llenaba mi copa y más amplia era su sonrisa y más cerca lo veía cada segundo y su sonrisa crecía y crecía hasta el momento que tuve que pararme del sofá para dirigirme al baño. Sus ojos demostraron sorpresa sobre su sonrisa tatuada.

Me dirigí al baño pero al llegar a la puerta vi que la del cuarto donde había pernoctado estaba abierta. Poco a poco me dirigí al interior y estaba tal y como la había dejado, las sábanas revueltas, la gaveta abierta y el suave olor que se esparcía por toda la casa. Mi vista se fijó en una mesa pequeña, color negra que encima tenía un sobre bastante grueso pillado con una cámara Polaroid. Me acerqué a la mesa y su voz me sobresaltó:
-¿Buscabas algo?- no sonaba muy amigable.
- Oh Ricky disculpa, es que me dirigía al baño pero vi el cuarto y pues, tu sabes, quería ver si había algo mío por aquí. Pero veo que no hay nada y tampoco me falta nada, así que parece que todo está en orden.
-Descuida, sólo no recuerdo si te había dicho dónde quedaba el baño, por eso vine.
- Parece que me has rescatado de nuevo – dije con la voz más fingida que pude.
- Sí, parece que siempre estoy en el momento indicado, ¿no crees?
- jejeje sí, eso mismo te iba a decir. Pero bueno, necesito ir al baño.

Y rápidamente me refugié en el baño. Me sentía mareado y un poco asombrado por el extraño y repentino comportamiento de Ricky. Pero el asombro no me duró mucho, más importante era mear. No sé si fueron las copas, puesto que no acostumbro tomar mucho, pero di la meada más larga de mi vida. Ya sé que la próxima vez que tome vino y se me afloje la vejiga, orino como las nenas. No es nada fácil sentirse un poco ebrio y concentrarse en la buena puntería, al menos no para mí. Me lavaba las manos y no pude resistirme a explorar el botiquín. Entrar a un baño y no ver dentro del botiquín es como entrar a la playa y no orinar. Quien me diga que sale del mar para orinar en un baño, en la cara le digo mentiroso. Pero ahí estaba el dichoso botiquín: blanco, reluciente, iluminado y con ganas de que yo lo examinara y así lo hice.

Un botiquín dice tanto de su dueño, es como un resume; miré de arriba abajo y no había mucho: pasta de diente, enjuagador bucal, hilo dental, líquido para lentes de contactos, una cajita de Q-tips y envases de medicamentos recetados. Medicamentos que no conocía pero con unos nombres tan raros. Los dejé donde estaban puesto que no me decían mucho. El resto del baño era sobrio, todo era blanco y sin decoración. Por un momento sentí que me encontraba en un apartamento modelo de un nuevo proyecto de viviendas y no en el hogar de un chico soltero. El departamento no me decía nada de quien lo habitaba y el baño mucho menos. En fin, el extraño seguía siendo un extraño.

Decidí salir del baño y ya no se escuchaba la música, deduje que pasé demasiado tiempo rebuscando y me sentí un poco avergonzado. Caminé hacia la sala y allí estaba él, copa de vino en mano, mirando fijamente las noticias en la tv. Me senté a su lado y él me sonrió con cierto cuidado y yo le devolví la más exagerada de mis sonrisas. Me preguntó si todo estaba bien y le dije que sí pero la realidad era que las copas estaban haciendo estrago en mi mente y cuerpo.

Me sentía lento, mareado y con un calor interno inexplicable hasta que de repente lo sentí sobre mí, sus ojos eran brillantes y fijos como de leopardo al acecho. Su respiración era bastante irregular y la sentía caliente sobre mi rostro. Acomodaba su cuerpo sobre el mío a la vez que su boca buscaba la mía hasta que la encontró. Sus labios se posaron sobre los míos y su lengua rasposa se abrió paso hasta encontrar la mía. Yo seguía inmóvil, no podía responder, no sabía cómo responder o quizás no quería responder y simplemente dejar que siguiera en lo suyo. Su boca seguía en su tarea de devorarme, me mordía la barbilla, bajaba por el cuello y volvía a mi boca; subía a mis orejas y él sentía cómo yo me estremecía. Mi mente seguía en blanco y sólo escuchaba las noticias en la tv y la respiración acelerada de Ricky sobre mí. Sus manos anchas recorrían todo mi cuerpo en cuestión de segundos, me arañaba la espalda, apretaba mis nalgas y metía su mano diestra dentro de mi pantalón agarrándome entre las piernas con fuerza. Seguía besándome y llenándome la boca con su alcoholizada y dulce saliva. Y más me estremecía cada vez que me halaba por el pelo y mordía mi cuello. No me había percatado de que mientras todo sucedía yo tenía los ojos cerrados pues al sentir todo su cuerpo desnudo sobre mí los abrí de tal manera que él lo notó, pero no le importó. Su cuerpo era trabajado, puro músculo, totalmente diferente al mío que era nada más que hueso cubierto de piel. Su boca y sus manos no dejaban de pasearse por todo mi cuerpo y su pene enorme, al menos era más grande que el mío, se pegaba a mi cuerpo como si tuviera vida propia. Yo seguía inmóvil, escuchando la tv, mientras él me desnudaba con toda su calma, respiraba y sonreía. Maldita sonrisa. Su boca bajo por mi pecho, mordía mis tetillas y mis costados provocando que mi espalda se arqueara por las cosquillas; pasaba la lengua por mi barriga y por todos lados me mordía. Llegó a mi ombligo y yo seguía estremeciéndome, pasaba la lengua de un lado a otro y seguía haciéndolo hasta que ya se acercaba a su meta y mi respiración se tornaba incontrolable. Por un momento dejé de ser el dueño de mi cuerpo. De repente a mis oídos llegó la noticia desde la tv:
“Fémina es hallada asesinada dentro de vehículo en los alrededores de una playa del área metropolitana. La joven, que aparenta tener no menos de 20 años, fue brutalmente golpeada en varias ocasiones con un objeto pesado y luego estrangulada. Aunque hay pruebas de que la víctima había mantenido relaciones sexuales antes de ser atacada, se descarta que haya sido víctima de violación. A medida que avance la investigación, le estaremos informando.”

No podía creer lo que había escuchado y menos pude creer las palabras de Ricky:
—Ya le había advertido que tú serías mío, putas así no merecen vivir…

sábado, 2 de julio de 2011

Aviso Certero

Quiero compartir con ustedes un cuento que escribí hace más de 15 años. Y quería compartirlo con ustedes tal y como los escribí, con todos los errores y secuencias sin sentido que pude escribir hace tantos años atrás. Pude haberlo modificado y cambiado pero ya no sería lo mismo. Así que aquí les presento mi primer cuento, escrito hace más de 15 años con la esperanza de que fuese grabado para un capítulo de la serie de los '90 "Tales from the Crypt"...


— ¡Corran, corran!— decía Susan a sus compañeros. — Corran antes de que Alberto nos alcance. Ya atrapó a Martha, tenemos que salvarla antes de que nos atrape también a nosotros.
— Este juego me está matando, vámonos antes de que anochezca.
— Susan tiene razón, vámonos porque no sabemos dónde estamos y este lugar no me agrada. ¡Ven Alberto, nos vamos!

Cae la noche y el grupo de amigos no sabe a dónde ir. Están perdidos, sin protección y sin alimento, lo único que tienen es un viejo camión y su propia compañía. Esa noche lo único que se escuchaba era el silbar del viento y el aullido de los coyotes.

— Tengo miedo y mucho frío, no he comido en horas y quiero dormir — sollozaba Laura.
— Te comprendemos pues todos estamos pasando por la misma situación — le contestó Luis.

Eran las diez de la noche y el viejo camión se quedó sin gasolina.

— ¡No, no puede ser! Es imposible que nos pase tanto en una sola noche.
— Laura tiene razón, en este lugar está pasando algo muy extraño.

En ese momento aparece un hombre con barba muy blanca, muy sucio y quemado por el sol; tan macilento que se le notaban los huesos. El hombre se les acercó y con una voz ronca les dijo:
— ¡No lleguen, no lleguen! Huyan lo más lejos que puedan.
Y siguió su camino tratando de correr, pero no podía. Mientras se alejaba del lugar repitiendo:
— !No sigan la luz, no la sigan! — Hasta que desapareció en la lejanía.

Los chicos quedaron atónitos pero no podían mover un solo hueso, culpa del pánico que aquel hombre les había causado. Musitando, Martha dijo:
— Esto cada vez me asusta más, hagámosle caso al hombre. Él bajaba de aquella loma oscura que se ve allí bajo el brillito de la luna.
— Ay por favor, son puras tonterías. Ese viejo estaba bien loco. ¿No lo vieron? Estaba hasta visco el tonto, lo más seguro que todo fue una alucinación o estaba bien borrachito — decía Alberto, con mucha tranquilidad. — Subamos, subamos a la loma. Me está picando la curiosidad.
— ¿Qué? ¿Están locos? Ese hombre se veía muy asustado. Y si fueran tonterías, hacia dónde iba, si no hemos visto siquiera a una sola persona en todo el día — gritaba Martha muy alterada.
— Sí, es verdad, no se sabe hacia dónde iba pero tampoco se sabe de dónde venía así que yo solo o con ustedes, voy a subir a aquella loma para investigar lo que pudo haberle causado tanto pánico al pobre hombre.

Todos los del grupo, excepto Martha, apoyaron a Alberto para subir al misterioso lugar.

— ¡No lo puedo creer! Ustedes quieren morir, pero yo no. Aunque tampoco me quiero quedar sola en este espantoso lugar. ¿Por qué no esperamos hasta mañana para subir?
— ¿Cómo vamos a ir de día si lo que queremos ver es la luz de la que él hablaba? —cuestionaba Susan, ya molesta.

Y se decidieron subir. Caminaron por un largo tiempo hasta que llegaron a la falda de la loma, pero se dieron cuenta de que no era un solo mogote, sino que era una cadena de mogotes que formaba un círculo. Continuaron caminando alrededor de los mogotes hasta que llegaron al mismo lugar, la misma misteriosa loma, más alta que las demás. Era como si fuera la perla más grande de un collar, la más llamativa.

Entonces, los chicos comenzaron a subir la empinada y oscura loma. Se abrieron paso entre pequeños arbustos y mientras más subían, más grandes y frondosos se hacían. De repente algo comenzó a enterrarse en sus piernas y se percataron de que el terreno que restaba para llegar a la cima, estaba lleno de cactus. Al igual que los arbustos, los cactus se hacían, cada vez, más altos y más espinosos. Los chicos estaban asombrados hasta que escucharon un agudo chirrido.

— ¿Qué fue eso? — susuró Laura.
— ¡Ven, se los dije! Ahora vamos a morir, lo sé, se que vamos a morir todos. Ese viejo nos lo advirtió. Pero no, ustedes son masoquistas, ignorantes. Nos han pasado mil cosas en poco tiempo y no han captado que esto no es normal. Estamos perdidos, no tenemos agua, comida, gasolina y quién sabe si el mismo viejo vuelve y nos destripa a todos. ¡Estoy harta y a punto de enloquecer!

Cuando Martha terminó de hablar se escuchó nuevamente el chirrido pero esta vez acompañado de gritos y azotes. Pero eso no impidió la expedición de los chicos. Lograron calmar a Martha hasta que pudieron seguir su camino. De repente una nube grande y espesa bloqueó la tenue luz de la luna que les permitía continuar su marcha. Los chicos no sabían qué camino tomar, estaban en total oscuridad hasta que apareció una luz. Los chicos pensaron que era un cucubano que había decidido brillar debido a la total oscuridad. Supieron que no era un cucubano en el momento que la luz se acercó a ellos y con una voz tierna y muy dulce, les dijo:

— No teman. Síganme, yo les mostraré el camino.

Martha, horrorizada, comenzó a llorar y a gritar.
— ¡No! Esa es la luz de la que el viejo hablaba, por favor no la sigan. Háganme caso, vámonos de aquí. Busquemos el mismo camino por el que vinimos y vámonos.

— Martha, por favor. ¿Cómo se te ocurre que una luz tan bella, brillante y con una voz tan dulce, sea algo malo? Estamos perdidos, ¿qué puede pasar? Sigámosla. — dijo Luis, al fin.

Y los jóvenes se dejaron guiar por la luz. Caminaron durante un gran lapso de tiempo, detrás de la luz, sin ningún disturbio. Todos iban callados, como bajo un hechizo creado por aquella luz. Mientras subían, el resplandor de la lucecita, les dejaba apreciar a todos los animales que de una forma extraña, se trepaban en los árboles. Otros huían y se escondían entre los cactus o la tierra.

Al poco tiempo llegaron a la cima. Los chicos se asombraron por la belleza que había en el centro de aquel círculo formado por mogotes. Hasta allí los llevó la pequeña luz.

—¡Es hermoso! — dijeron Laura y Susan a la misma vez.
— No me explico por qué aquel hombre iba tan espantado si esto es un paraíso — decía Martha, un poco avergonzada — las cascadas, las luces hermosas que parecen luciérnagas, árboles con frutas…
— Se los dije, ese viejo estaba bien loco o andaba borracho.

Entonces, la pequeña luz comenzó a crecer. Se hacía más y más grande a cada segundo que pasaba. Los chicos la miraban y se miraban entre sí como preguntándose lo que estaba pasando. Las pequeñas luces que habían alrededor se esfumaron, las frutas de los árboles se secaron y al igual que las hermosas cascadas. La luz ahora era enorme y con una voz gruesa y un eco impresionante les dijo: — ¡Idiotas, de aquí no saldrán vivos!

De repente, la luz desapareció. Y a la misma vez, desapareció Martha. Los jóvenes se abrazaron y cada uno probaba sus lágrimas de angustia, temor y espanto. Súbitamente regresó el resplandor de la luna y los chicos quedaron petrificados al ver el rostro de Martha reflejado en la superficie de la luna. Los chicos, sin pensarlo, se separaron y comenzaron a correr. Corrían lo más rápido que podían y sin mirar atrás. Ni siquiera miraron cuando escucharon una voz espantosa que les repetía que no escaparían de allí con vida. Un grito desgarrador les obligó a detenerse, pues sabían que provenía de Susan. Pero ya Susan había desaparecido y los chicos corrieron nuevamente. Corrieron y corrieron, por el camino que ellos suponían les había llevado hasta aquel lugar. Luis y Laura se detuvieron en seco al notar que tampoco Alberto estaba con ellos.

— No puede ser, es imposible. Luis, sólo quedamos tú y yo y aún nos falta bajar la maldita loma.

De repente comenzó a llover y fue un bálsamo refrescante para los chicos que llevaban largo rato corriendo sin parar. Laura, sin pensarlo, abrió la boca y usando sus manos, comenzó a beber.

— Laura, no. No bebas de esa agua. Puede ser peligroso, han pasado ya cosas muy extrañas y esta lluvia de repente no es normal.

Pero ya era demasiado tarde. Laura no paraba de beber de la lluvia hasta que el cabello se le puso blanco y comenzó a caerle en mechones, su masa corporal se esfumaba hasta quedar solo en huesos. Luis escuchaba como los huesos de Laura se desmoronaban y su cuerpo se secaba hasta que de ella sólo quedó polvo. Ninguno de los dos pudo gritar, ni él de terror ni ella de dolor. El viento se llevó lo que quedó de Laura y Luis se echó a correr como nunca había corrido en su vida. Comenzó a bajar la loma sin pensar en las heridas que los cactus les hacían. Pasó de los cactus y los arbustos, ignorando a todos los animales que se encontraba en su camino, él sólo corría y corría lejos de aquel terrible lugar. Se acercaba a la falda del mogote y vio que se formaba nuevamente aquella luz y que tomaba un color escarlata que lo cegaba. La luz llegó a dimensiones gigantescas y Luis supo que le dijo algo con la voz más horrible que había escuchado en su vida pero no prestó atención. No podía pensar en nada, sólo en correr y salir de allí. Se acercaba cada vez más a la luz hasta que sin dudarlo, la atravesó. Se tocó todo su cuerpo y aliviado confirmó que nada le había pasado. Se alejó por el llano desierto y mirando sobre su hombro vio a la luz enorme que se quedó en la falda de la montaña, la maldita montaña.

Ya si fuerzas, con la respiración entrecortada, sus ropas rasgadas, lleno de cortaduras por los cactus y arbustos, Luis calmó su paso aunque no dejaba de caminar.
Miró nuevamente a la luna y vio el rostro de Martha que le sonreía con mucha melancolía.

— Lo logré Martha, lo pude lograr.

Luis siguió caminando, sin fuerzas, ensangrentado, sucio y muerto de sed. Al paso del tiempo se topó con un grupo de adultos que se dirigía a la descabellada loma. Se acercó a ellos y mientras el grupo lo miraba con desconfianza y asco, Luis les dijo:

— No sigan la luz, no la sigan…

martes, 28 de junio de 2011

Serás mío - 2da Parte (Fragmento)

Con la frente salpicada de sudor, me encontraba mirando el techo y las paredes de mi habitación y por primera vez en mucho tiempo no pensaba en que tenía que cambiarles el color, solamente pensaba en cómo había llegado allí, a mi hogar. Todo a mi alrededor daba vueltas, incluso mis pensamientos. Pasado el tiempo me doy cuenta de algo simple pero muy curioso, ¡estaba desnudo! Un frío olímpico invernal recorrió toda mi columna hasta llegar a mi espalda baja. ¿Qué sucedió anoche luego de que aquel homb..? ¿Qué? ¡Es cierto, aquel hombre me tomó de los brazos! Pero nada podía recordar.
Decido salir ya de la cama y en ese preciso instante descubro el por qué de mi indiferencia hacia el color de las paredes de mi cuarto, no era el mío. El frío regresó más gélido de lo que pude imaginar. Todos los vellos de mi cuerpo, que no eran muchos, se erizaron y las cuencas de los ojos se inundaron hasta desbordar. Miré despavorido de un lado a otro en busca de mi ropa pero todo fue en vano. ¿Dónde carajos estaba y qué hora era? Al demonio, no sabía ni qué día era. Estaba muerto, de seguro sería mi fin. Un toque en la puerta acabó por petrificarme y la respiración se agitó aún más. Se escuchó un melodioso “buenos días” y yo buscaba algo para defenderme. No había nada, ni un bate, un cuchillo, destornillador, nada, no había nada y volvieron a tocar la puerta.
-Buenos días. Espero no estés asustado. En la primera gaveta hay ropa, puedes usarla.
De mis labios no salió palabra alguna pero sentí tranquilidad. Abrí la gaveta y efectivamente encontré ropa y me quedaba a la perfección. Me vestí y me quedé parado frente a la puerta sin saber qué hacer hasta que me convencí a mí mismo de salir de aquella habitación pues no podía pasar el resto de mi vida allí. Abrí la puerta y salí al corredor, era un apartamento bastante moderno, sin mucha decoración ni accesorios. Rápido supe que ninguna mujer vivía allí. Caminé por instinto hasta llegar a la sala y allí estaba él. Me miró y supe que esa sonrisa la había visto antes.
-Buenos días. ¿Qué tal la siesta?
-¿Dónde estoy?
-Es mi casa, no te asustes. Tuve que traerte pues no sabía dónde llevarte y por más que traté de hacerte reaccionar, no lo hacías.
-Estaba desnudo…
-Tranquilo, te vomitaste y te orinaste encima. Eras una letrina andante. No podía dejarte así pero descuida, nada malo te ha ocurrido.

Hablaba y sonreía, dejaba de hablar y sonreía.
-¿Quién eres?
-Ricky, así me puedes decir. Y te digo, descuida, nada malo te ha pasado y debes reconocer que ha sido gracias a mí. No sé de donde venías o qué hacías pero llegaste hasta tu carro y te desplomaste, si no llego a estar yo allí de seguro el cuento sería más triste o lamentable.
-Debo irme. ¿Dónde está mi carro? ¿Dónde estoy?
-Primero tienes que calmarte, come algo y luego pasamos por tu carro. Está seguro, hable con los de seguridad y no le pasará nada. Se encuentra donde mismo lo dejaste. Te encuentras bien, tu carro está bien así que todo está bien. Anda, te preparo algo de comer.

Seguía con la sonrisa.
-Está bien. Pero como algo y me voy.

Pero no me fui y de haber imaginado lo que se aproximaba, ni habría cenado. Pero no me fui…